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Las uvas y el incienso que se robó el virus.

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Soy de los muchos que creció en un hogar en donde en la noche vieja de cada año se desempolvaban tradiciones para incidir en los augurios del año por venir. Desde una naveta improvisada en una lata de salsa de tomate irradiaba el fuerte olor del incienso que pasaba balance del año dejado atrás y exorcizaba los vicios que nos merodearon. El abrir de puertas y ventanas fusionaba el aire cálido caribeño con aquel humo blanco que llegaba para defendernos de los intrusos del ayer que no son bienvenidos en el mañana. Un ritual placébico que buscaba reiniciarnos el espíritu - aun fuera por unas horas - y que nos energizaba la mirada. Dábamos anuencia a qué aquel humo mágico nos parara la respiración. ¡Y cómo no! Aquel humo nos despojaba de cargas metafísicas que nos hacían caminar más lento. El sacrificio merecía la pena.  Aquel ritual generoso extendía la mano más allá de la línea del tiempo que separaba un año de otro. Su propósito era el despojo pero también la planificación d